Reflexiones personales para un 8M

Eva
Eva Liria Rubio
Reflexiones personales para un 8M

El otro día me preguntaban si había sufrido un trato desigual en mi vida laboral por el hecho de ser mujer. Mi respuesta a bote pronto fue: ¡NO!

Cuando llegué a casa y en la soledad del pensamiento, en ese diálogo, a veces discrepante, que mantienes contigo misma, te das cuenta de que el ¡NO! tan categórico que soltaste empieza a debilitarse. Tal vez duele reconocer esa certeza que has enviado a un lugar recóndito del cerebro; pero hete aquí que la memoria es traicionera y te arrebata el control sobre qué recordar y qué no. Y llegado a este punto he optado por acceder al gran archivo de los recuerdos, a ese lugar, a veces doloroso, llamado hipocampo; porque quizás rescatando y haciendo públicas nuestras experiencias, tanto positivas como negativas, ayudemos a otros y a nosotros mismos. Al fin y al cabo, la memoria nos hace ser quienes somos y como dice un proverbio budista: “Si enciendes una lámpara para otro, iluminarás tu propio camino”.

Hola, mi nombre es Eva Liria, y acabo de descubrir que a pesar de considérame una mujer fuerte y que siempre ha luchado por la igualdad de género, también he sido víctima en algún momento de mi vida de esa desigualdad y discriminación. Afortunadamente no ha sido en el ámbito más íntimo, personal y familiar; me casé muy joven, he tenido dos hijos educados en el respeto y la igualdad. Tanto mi pareja como yo hemos compartido tareas, responsabilidades, alegrías, tristezas, etc. al 100%. Incluso he de reconocer que fue mi pareja la que siempre me advirtió de esos capítulos que se daban en mi entorno laboral y que yo minimizaba. Quizás porque me movía en un orbe de hombres, y creo que llegas hasta a mimetizarte de manera psicológica e inconsciente con ese entorno para ser valorada. ¡Gran error!

Hace más de 20 años el mundo del periodismo y de la comunicación -en mi caso la radio- estaba habitado y dominado fundamentalmente por la testosterona. Es cierto que había también grandes comunicadoras y periodistas, directoras de programas, jefas se redacción etc. pero porcentualmente nos ganaban, y creo que aun hoy nos siguen ganando, los hombres.

Empecé desde abajo, en una redacción de una emisora de radio local, llegando con el paso de los años a convertirme en coordinadora o delegada del centro de El Ejido, eso sí, después de que mi director -hombre y creo vampiro emocional, también-  se lo ofreciese a un congénere de su mismo sexo y éste lo rechazase. De esto último me enteré después. El caso es que, este cargo o “ascenso” que tanto me llenó de júbilo en un principio, no dejaba de ser un caramelo envenenado: jamás se vio reflejado en la categoría laboral como tampoco se vio reflejado en mis ingresos, al menos durante bastante tiempo. Pero si repercutió en una mayor carga de trabajo, mayor responsabilidad y más horas dedicadas a mi vida laboral en detrimento de la vida familiar. Es decir, realizaba las labores propias de mi categoría – ésta, por cierto, nunca varió- más las propias de mi “ascenso” que consistían en llegar a objetivos de facturación, control de la contabilidad del centro etc. De la noche a la mañana me convertí en una especie de mujer orquesta que redactaba, dirigía un programa, hacía autocontrol técnico, atendía a clientes y un largo etc. Hubo etapas en las que la única empleada del centro era yo. Aun así, no fui capaz de quejarme, desterré por completo mi poder de elección pues piensas que no puedes cambiar la situación e incluso comienzas a dudar de ti misma y ¡maldita sea, no podía fallar! ¡Qué equivocada estaba! Al final te das cuenta que esa situación anómala que tu intentas enmascarar o normalizar te pasa factura y es el propio agotamiento y la ansiedad el que te pone en alerta. Reflexionas, reaccionas, y es cuando retomas tu poder y buscas soluciones para enmendar la situación. Tras casi suplicar a mí jefe, el resultado fue contratar a una persona, ya éramos dos, y subirme el sueldo 150 euros. Me subieron 150 euros después de varios meses ejerciendo el cargo y jamás me reconocieron la categoría. A mi me echaron de la radio con la misma categoría con la que entré.

No quiero cansaros con esta historia, así que os voy a contar el final. Después de una baja laboral de 6 meses por depresión por negarme a someterme a la “línea editorial” del director, basada en criterios políticos locales o provinciales y por no ser sumisa, me despidieron. Recuerdo que aquel día, el del despido, me sentí acorralada por una manada de tíos al servicio del jefe de la manada; mi director llegó acompañado de varios trabajadores de otro centro (de Almería). Al salir del estudio observé que uno había ocupado mi mesa, otro se sentó en la mesa contigua, y un tercero estaba de pie. Mi director me llamó al despacho y me comunicó la noticia. Recuerdo que le temblaban las manos, pero su cara era de satisfacción.   Cuando salí de aquel despacho, aquellos tres seguían en sus posiciones y no hubo ni una sola palabra de consuelo, ánimo o cariño. Solo cogí el bolso y marché. Nunca volví para recoger las cuatro cosas personales que dejé. Para hacer honor a la verdad, he de decir, que no fueron 4 tíos los que estaban en la radio, eran cinco. El quinto era Don Francisco Góngora Cara, alcalde de El Ejido, quien casualmente o causalmente estaba allí.

Después de aquello junto a un grupo de gente maravillosa, algunos de ellos testigos de todo aquello, incluso testigos presenciales de comentarios machistas en reuniones que hacían sobre mí en la época de la radio, fundamos una asociación anticorrupción, y en ella sigo como vicepresidenta. De esos comentarios machistas de los que he sido objeto jamás he hablado, porque me parecen realmente repugnantes, pero si voy a decir que salían de boca de algún que otro político y de boca de “señores” del mundo de los medios de comunicación.

En el orbe político, soy concejal de UPYD en el Ayuntamiento de El Ejido, algunos políticos cuestionan tu capacidad por el mero hecho de ser mujer. Sin ir más lejos, en uno de los plenos del Ayuntamiento, el alcalde de El Ejido llegó a decir de mí que me preparaban y escribían las intervenciones. Lo más lamentable de ese día, qué además se llevaba una moción sobre mujer y que fue objeto de discrepancias, no por el fondo de la moción, sino por no conveniar cuestiones tan banales como qué siglas de partido aparecían más, es que todas callaron. Aquí fallamos nosotras al anteponer la disciplina de partido a la defensa de otra mujer cuando le faltan al respeto; desgraciada e infortunadamente callamos por el mero hecho de estar en otra formación política. Ahí estamos fallando. Vuelvo a repetir el proverbio con el que comencé este artículo: “Si enciendes una lámpara para otro, iluminarás tu propio camino”.

Este es un tiempo de cambio, complejo, donde aún queda un largo camino hacia la igualdad plena y donde todos tenemos mucho que aprender, mucho que contar y mucho que escuchar.

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