Pongamos nuestro voto en valor. Mercachifles no, gracias

Finaliza la Semana Santa y entramos en un periodo de auténtica vorágine electoral. En poco más de un mes nuestro pueblo está llamado a todo tipo de urnas: nacionales, locales y europeas.

En todo este periodo, los profesionales de la política tratarán de hacernos creer al pueblo, a los ciudadanos, que pintamos algo, cuando todos sabemos que no es así.  Priman por parte de la mayoría de partidos unas listas cerradas, en la que es el propio partido quien te mantiene, te promociona o te arrincona según los intereses del momento, sin importar para nada la opinión de los afiliados y mucho menos de los votantes, que deben de limitarse a introducir el voto en la urna con una papeleta blindada en la que no se puede introducir cambio alguno. Fíjense ustedes que ni tan siquiera en las elecciones municipales se permite votar directamente a la persona, cuando todos los residentes en pueblos y en pequeñas y medianas ciudades sabemos mucho de todos y cada uno de los candidatos.

En nuestro país, en nuestras CCAA, en nuestras ciudades, en nuestros pueblos los candidatos de los grandes partidos son “funcionarios” al servicio de unas siglas cuyo futuro, como casta política, dependerá del dedo del jefe y de lo serviles que sean.

Si tiramos de historia siempre han sido hombres y mujeres sencillas quienes han salvado a nuestro país en sus momentos más críticos. Por tanto, debemos votar, nuestro voto siempre es útil, aunque vaya a un partido pequeño y pienses que no va a conseguir ninguna representación, porque los votos son los que contribuyen a hacer grande a un partido pequeño. Estoy convencido de que el criterio a seguir a la hora de elegir a un partido al que votar no es el de su dimensión o tamaño, sino que es el de su honradez.

La mayoría de los españoles y en nuestro caso de los ejidenses estamos muy cansados y, sobre todo, muy hastiados de todos estos charlatanes y vendedores de humo que en los últimos años han venido a incorporarse a la clase política llenando los partidos y haciendo de ésta la peor clase política de la historia de nuestro país, tanto a nivel nacional como autonómico y, lo que es más triste, a nivel municipal.

Quizás lo que necesitamos es apartar de nosotros la mal llamada corrección política e ilusionarnos con propuestas y personas que verdaderamente estén dispuestas a revertir la situación y que no supongan una continuación de lo que ya conocemos. El miedo y el voto útil ya sabemos lo que es y lo que ha significado, pero tampoco debemos de fiarnos de discursos vacíos envueltos en vivas y banderas. Eso ya no cuela, no son creíbles ni representan garantía de mejora, sobre todo, cuando muchos de los que a día de hoy nos proponen como candidatos ya han tenido la oportunidad de cambiar o de mejorar la situación y no lo han hecho, y lo que es peor, no han tenido la más mínima intención de hacerlo, salvo cuando se acerca la hora de las urnas. Por poner un ejemplo cercano, basta recordar la actuación del Señor Alcalde de El Ejido en el problema del paseo y playa de Balerma.

Quisiera finalizar plasmando la opinión de un andaluz de pro, Don Emilio Lledó, filósofo, escritor, académico de la lengua y Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades que hace poco tiempo decía que: “La política está por lo general, en manos de ignorantes” lamentándose porque “salvo discretas excepciones” sean “siempre los ignorantes quienes manejen los hilos de la política”. Al mismo tiempo reclamaba que “el político ha de ser decente” y advertía que “lo peor es un ignorante con poder, que acabará destrozándose a sí mismo y a todos”. Destaca así mismo el filósofo y escritor la importancia de que en el poder haya sabiduría, idealismo y decencia.

Los ciudadanos deberíamos pensar, a la hora de elegir a nuestros representantes, desde nuestros ayuntamientos hasta el parlamento, que ya va siendo hora de que se incorporen personas que aúnen esas tres características: sabiduría, idealismo y decencia, sin importar siglas ni tamaños.